Todos habéis oído alguna vez la historia de las sirenas que
con su canto atraían a los marinos hacia las rocas, para hundir así sus barcos
y quedarse con su alma para siempre.
Cuenta una leyenda que hubo una vez un marino, más
concretamente un pirata. El más despiadado y sanguinario de todos los
conocidos, que se enamoro perdidamente de una joven y hermosa sirena.
Todo empezó así.
La Sirena se sentía triste pero no sabía el motivo, hasta que un día vio un extraño
animal, ella lo desconocía pero estaba contemplando el más majestuoso de los
navíos piratas de la época. La sorpresa, de la sirena, fue cuando al acercarse
al animal, sobre él había hombres, hombres feos y harapientos, pero en lo más alto
de aquella bestia se encontraba el ser más bello que la Sirena jamás había visto.
Largo cabello negro, majestuosa barba y elegante porte, pero el semblante de
aquel pirata, era triste.
Solo un instante le basto a la Sirena para desear tocar al
pirata.
Cuando de repente la mirada del pirata se cruzo con la suya.
El pirata no podía creer lo que veía, su cara se ilumino, corrió tan rápido
como pudo y se lanzó al mar.
La sirena asustada corrió a socorrerlo, por miedo a que
pudiese morir ahogado.
Al tocarlo toda su tristeza desapareció, se sintió feliz.
Agarro fuerte al pirata y lo llevo hasta una pequeña isla.
Una vez en tierra firme el pirata beso a la sirena. El rostro de él también
había cambiado. Sentía amor por aquel ser tan maravilloso. Pero aquella sirena
era especial, poseía el don de decidir si quería nadar o caminar, pero su don
solo duraría dos días. La sirena deseo caminar en el mismo momento en que los
labios del pirata se separaron de los suyos, y justo en ese instante su cola se
trasformo en unas bonitas y largas piernas, aparecieron unas curvadas caderas y
unos pequeños pies.
Pasaron dos días en aquella isla, solos, enamorados.
Pasearon agarrados de la mano, comieron fruta, durmieron bajo las estrellas y
se amaron.
Hablaron de sus mundos, tan diferentes el uno del otro.
El pirata le hablo sobre su navío, “Ola del levante” se
llamaba, le contó que aquello no era un animal, era un modo de viajar, de
vivir.
La Sirena escuchaba tan atentamente lo que le hablaba, que
dejo de existir el mundo para ella, su mundo era aquel hombre. Ella le contaba
cómo era vivir bajo el mar, como era nadar con los peces, hablar con los
delfines. Le hablo de sus ansias de conocer mundo.
Cuando despuntaban los primeros rallos de sol del segundo
día, al pirata lo embargo el miedo, un miedo que se le instalo en el pecho y no
lo dejaba respirar, era el miedo de no poder volver a estar con su Sirena.
La Sirena le dijo que podía mantener sus piernas para
siempre si el marino le juraba amor
eterno. Pero el Pirata no escuchaba a la sirena, su miedo se había trasformado
en pena. Como arrastrado por aquella pena el pirata dijo adiós y se lanzo al
mar nadando hasta su barco, dejando allí a la triste sirena. Esta permaneció
sentada, sola, viendo como sus piernas se convertían otra vez en su bonita
cola.
La pena de la Sirena no la dejo irse y en los arrecifes de
aquella isla paso el resto de sus días, resignada, esperando el regreso del
Pirata.
Con su lamento, la sirena, atraía a los navegantes hasta las
rocas, y contra ellas se destrozaban barcos y marinos. Ella buscaba a su
pirata.
Pero ninguno de aquellos hombres era su amado. Así que la
sirena se quedaba con todos ellos, buscando aquel sentimiento que había
descubierto con su Pirata, pero, ninguno le serviría jamás.
¿Qué fue de aquel pirata? Nadie lo supo jamás.
¿La sirena? Sigue resignada buscando a su pirata.
Quién sabe, quizá algún día el ancho mar le devuelva a su
amor.